Uno de los temas que suelen dejarse de lado en las discusiones sobre sostenibilidad es el de la sobrepoblación. ¡Y claro! Es un tema incómodo porque suena como si nuestra existencia propia fuera peligrosa para nosotros mismos. ¿El problema es que somos muchos? ¿Que los que somos no actuamos con conciencia ni responsabilidad? ¿O una combinación de ambas?

En las últimas décadas hemos tenido un aumento de natalidad, y a su vez, una disminución de la tasa de mortalidad. La población mundial ha pasado de los casi 1000 millones de habitantes que había en 1800 a los 7700 millones de personas en el año 2021 y, de acuerdo con Naciones Unidas para 2050 seremos 10.000 millones ¡Y los recursos que ofrece el planeta siguen siendo los mismos!

Ya a finales del s. VXIII, Thomas Malthus, reconocido economista y demógrafo inglés, planteó en su libro Un ensayo sobre el principio de población que: la disponibilidad de alimentos crecía linealmente, mientras la población lo hacía exponencialmente con la Revolución Industrial y los avances de la medicina. Lo que conduce a una progresiva pobreza de la población.

Según el Instituto Nacional de Estadística, España superó los 47 millones de habitantes por primera vez en el 2019. El crecimiento poblacional ha experimentado una tendencia positiva año tras año hasta este 2020, cuando por la pandemia mundial, la tasa de crecimiento ha sido inferior, aunque ha seguido siendo positiva.

Para satisfacer nuestras necesidades hoy consumimos 1.75 planetas de acuerdo con Naciones Unidas. Y lo cierto es que no todos en el mundo podemos satisfacer nuestras necesidades. Por ejemplo, tenemos un 40% de la población sin acceso al agua potable. De acuerdo con la FAO, hay 640 millones de personas que pasan hambre, es decir, que no consumen alimentos básicos. Según la universidad de Leeds el 10% más rico consume 20 veces más energía que el 30% más pobre.

¿Qué pasaría si en todos los países del mundo las personas pudieran consumir al ritmo que lo hacen los habitantes de los países más desarrollados? 

Las consecuencias de nuestro comportamiento como individuos y como sociedad nos están llevando hacia un punto de no retorno. Tenemos un planeta más caliente, con climas cada vez más extremos, con bacterias y enfermedades cada vez más cerca de los humanos, con una atmósfera deteriorada, con una calidad del aire que cada vez empeora y podríamos seguir con una lista que nos dejaría sin esperanza. 

No queremos ser fatalistas pero si no nos repensamos cómo vivimos, nuestra propia existencia está en peligro. El desarrollo tiene que replantearse, y en eso no solo juegan un papel fundamental los políticos o quienes toman las decisiones. El comportamiento, la conciencia y las acciones individuales son determinantes si queremos ser una especie viable.

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